Mientras salimos del Parque Nacional de Tehuacán girando la manivela, la policía provoca un auténtico atasco detrás de nosotros. Tras una charla amistosa, no pierden la oportunidad de acompañarnos hasta el límite de su territorio. Como resultado, los coches ya no pueden adelantarnos a buena distancia como de costumbre, sino que sólo de vez en cuando inician maniobras arriesgadas y rápidas. Esperamos que lo dejen pronto, probablemente sería menos peligroso así… pero hasta más tarde no nos enteramos del grave trasfondo: la zona es actualmente bastante insegura debido a bandas rivales, y hace unos días se encontraron dos cadáveres en el pueblo vecino. Por desgracia, esto no figura en las advertencias de viaje que leemos, probablemente demasiado reciente, y no teníamos la región en nuestro radar como peligrosa. Un amable Mexicano al borde de la carretera nos da más detalles y, como de costumbre, averiguamos más gracias a los amigos ciclistas de la “red de apoyo a los cicloturistas” y a nuestros anfitriones de Warmshower, Rosina y Ramón, en cuya casa se nos permite pasar la noche. No te preocupes, viajar durante el día es seguro, sólo que es mejor estar dentro cuando oscurece.

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A 3221 metros de altitud, ¡más alto que nunca en bicicleta!

Por primera vez antes de Puebla, y con frecuencia después en el Valle de México, imponentes volcanes nos saludan en la distancia. Subimos a uno de ellos, La Malinche, a 4.400 metros, el pico más pequeño y fácil de escalar en los alrededores de Puebla. Nos asombra ver quién realiza al menos una parte de la ascensión y con qué equipo. Con unas buenas botas de montaña, ropa de abrigo en la mochila y algo de comer, vamos mejor equipados que el promedio. La mayoría de los mexicanos -incluida la gente mayor, la gente obviamente menos en forma y las familias con bolsas y mochilas- asumen naturalmente que alguien a lo largo del camino les venderá algo de comer en su excursión dominical -y por supuesto tienen razón ;)

En el (vertiginoso) camino de vuelta, Oswaldo y Alejandro nos llevan y nos familiarizan con la especialidad local de la bebida “pulque”: zumo de agave ligeramente fermentado, similar al kéfir débil, ¡muy sabroso y refrescante!

Tras dos días relajantes con estimulantes conversaciones en casa de Lety, seguimos hacia el Valle de México. Hacia el norte, en torno al humeante Popocatépetl y su amante dormido Iztaccíhuatl (una bella pero también triste leyenda rodea a los dos volcanes), nos dirigimos a Teotihuacán, donde el hombre se convirtió en dios. Las ruinas bien conservadas, que ya hechizaban a los aztecas, nos reservan una experiencia muy especial. Rita y yo damos un paseo en globo para ver el mundo desde las alturas. Aunque me siento un poco mareado, sigo viviendo momentos inolvidables y hermosas vistas en el aire fresco de la mañana. Y Rita está tan contenta como un niño en Navidad (:

Dejamos aquí nuestras bicis para dar un pequeño rodeo por el loco hormiguero de Ciudad de México y probar el típico vehículo turístico de México: ¡Autobuses y Colectivos! Un poco aventurero (al menos si te fijas en los neumáticos antes de partir) pero también bastante bien - por supuesto no hay comparación con nuestro Quetzal - y como nos damos cuenta con asombro, nuestro primer viaje en autobús en casi un año. De finamente cincelada a monumental, museos en los que podrías pasarte toda una vida y una ciudad que una sola no sería suficiente para empezar a comprender. Una cantidad de gente increíble. Tráfico loco y horas punta interminables: ¡nos alegramos de ir a pie!

Como tantas otras veces, comemos muy bien, pasamos un día interesante con las antiguas y aún vivas culturas de México reunidas en un mismo lugar y paseamos por el centro de la ciudad. Nos impresionan las excavaciones activas de Tenochtitlan justo en el centro, los barrios de comerciantes que anuncian a bombo y platillo (una calle entera intenta vendernos las mejores gafas de México) y un momento (no) cotidiano: el habitual caos abarrotado, de repente todo el mundo sale deprisa de las tiendas, los coches se paran y…

Parada total.

Todo el mundo se detiene, mira sus teléfonos, una alarma sísmica silenciosa, espeluznante. Al cabo de 10 minutos, la vida sigue como si no hubiera pasado nada. No sentimos nada del terremoto, que supuestamente fue relativamente fuerte y estuvo cerca. Después de dos días en la capital ya es suficiente para nosotros, y nos apetece pedalear tranquilamente por la provincia de nuevo.

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En la provincia donde efectivamente tenemos unos días de frío invernal. Sobre el puerto de Mineral del Monte, nos sorprende una niebla persistente y temperaturas de unos diez grados, por suerte también en esta excursión de un día llevamos nuestros sacos de dormir como lastre, ¡y un delicioso Ponche Navideño nos calienta por dentro! No obstante, las singulares columnas de basalto merecen sin duda la extenuante caminata. Los días siguientes el tiempo lúgubre continua, y nos alegramos aún más del calor del balneario más increíblemente bello en el que hemos estado: las Grutas de Tolantongo. Aquí hay un túnel natural donde el agua caliente simplemente sale del techo como en un baño de vapor. Cascadas termales en una gruta, un río azul glaciar pero caliente, piscinas infinitas apiladas en una pared rocosa, ¡simplemente increíble! Junto con nuestra anfitriona Karla, que nos invitó a Hidalgo hace mucho tiempo, disfrutamos de un día de pura relajación antes de alejarnos lentamente en bicicleta de la región con mayor actividad sísmica.